jueves, 11 de noviembre de 2010

Concha nácar

El agua fue su incipiente vestido, pero la humedad le alzó las enaguas con ímpetu repentino. Envolví el germen sin perturbar la oquedad profunda donde estaban las joyas, y entonces vi que sus uñas son la alhaja de sus manos, y el nácar perfumado se esconde en el pozo de las flores




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