domingo, 19 de octubre de 2008

Parábola del silencio


viernes 4 de julio de 2008


Parábola del silencio


Por Carlos E. Bojórquez Urzaiz.




A Carlos, compañero del alma.

Mientras llora un amigo, el silencio puede ser la luz o por lo menos la visita de un pájaro que no desea cantar. Quizás sea un anhelo natural que circunda su derredor, aunque como medida benéfica podríamos ensayarlo de vez en cuando. Me parece que, bien visto, el silencio es cualquier cosa salvo la mera ausencia de sonidos y menos el mutismo en las polémicas donde nunca toma parte este querido compañero que ha dado muestras de entereza, y a cuyo significado remite la brevedad de un carta que me dispensó hace unos días. De entrada, sus frases dejan ver el reino del silencio, que expuesto en el momento adecuado y con propiedad, sin duda brinda elegancia e incluso puede señalarnos algún camino en medio de la peor fatalidad que se atraviese. No hay puntos suspensivos para descubrir lo que se aconseja dejar de lado, ni frases incomprensibles que exijan glosas, por lo que si se quiera comprender esta carta, es requisito valorar el ámbito de su escritura y quizás allegarse un poco de la fe que tiene en el mejoramiento humano. En ella el silencio no se entiende tanto como la angustia que padecen los poetas cuando no asisten las musas, sino como un penetrante gesto de sobriedad en el que se perciben sus instantes más serenos, tratando de delinearse el reinicio de las cosas día a día, como señala el bello canon de la plenitud.

Al abrir el buzón donde acostumbra remitir sus saludos y apuntes, pensé que me toparía con un escrito extenso, influido tal vez por el hábito que teníamos de dejarnos notas en la puerta de su casa, donde nunca ahorramos lenguaje ni resistimos el deseo de añadir algún verso de García Lorca, o la expresión surrealista que viniera al caso. Pero esta carta, tan breve como el gemido de un timbal, me transmite el mismo racimo de luz que atrapó a lo largo de toda su vida, con esa manera tan personal que tiene para articular palabras de aliento y sano juicio, cuando resulta improcedente el empleo de las frases gastadas. Porque siendo opuesto a los lugares comunes, sin condición alguna mi amigo se hizo partidario de la desaparición de adjetivos cuya redundancia no da cuenta sino de la vulgaridad que puede adquirir una palabra pronunciada sin decoro. De nuevo se inclina por el silencio, y a la inversa del proverbio él nunca otorga cuando calla. Piensa inconmensurable, como si todo fuera un juego de ajedrez, pero sobre todo y por todos siente, porque que su cariño fijó su impronta mientras oíamos el blues de la tortuga cuyos silbidos nos aturdió a las cinco en punto de la tarde.

Las palabras finales de este correo resultan menos a tono que el cuerpo mismo de la carta, no sólo porque están escritas en un lenguaje que explora otras perspectivas, sino porque el silencio que fue tejiendo con sencillez en las frases previas, de súbito se torna radiante al desearme que las cosas buenas no se vuelvan enemigas de las mejores. Me conmovió a tal punto que llegué a considerar que lo más conveniente sería no escribir este apunte, e introducirme de lleno en la esfera del silencio cuya mejor lección ha sido la entereza que me hizo llegar a través de su carta. Pero como entiendo que conversar es un arte mayor, acepto que vale la pena intentarlo, ya que cada vez que hablamos los sentimientos cobran forma sonora y se palpan sin ningún problema. Con todo, el silencio es el azafrán que condimenta todas sus veladas y por ello me acojo a él en este momento inquebrantable.

1 comentario:

Eva dijo...

Lo que sucede en lo más intimo del ser humano se hace esencia en su escritura, hay palabras cardinales como las de Ud. Que no por sencillas dejan de ser muy profundas, ellas viajan desde su puño hasta la visión que conmueve, un homenaje a la amistad a través de una suerte de silencio que nos deja leerlo, gracias por la parábola.