domingo, 19 de octubre de 2008

CUBANOS EN MÉXICO Y MEXICANOS EN CUBA






CUBANOS EN MÉXICO Y MEXICANOS EN CUBA:
VÍNCULOS Y MIGRACIONES ENTRE 1517 Y 1959.

Sergio Guerra Vilaboy




Los primeros contactos entre los habitantes de Cuba y México de que se tienen noticias se remontan a los albores de la dominación española —hasta ahora no han aparecido evidencias de nexos entre las poblaciones aborígenes—, pues de la Mayor de las Antillas partieron las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva y Hernán Cortés. Desde su constitución el llamado Virreinato de Nueva España desarrolló intensas y amplias relaciones con la isla, al extremo de que la plata mexicana (situados) nutrió desde mediados del siglo XVI y hasta principios del XIX la débil economía cubana y permitió el sostenimiento del aparato gubernamental colonial, la edificación de monumentales fortificaciones y la construcción de buques.
En esa época, cada vez que Cuba estuvo amenazada por piratas, corsarios o flotas de conquista de otras potencias europeas llegaron armamentos y fuerzas militares procedentes de México, así como trabajadores forzados, presumiblemente indios insumisos —llamados “guachinangos” y “mecos”— para las construcciones defensivas y otras labores. Muchos de ellos procedían de Yucatán, arribados en tan alto número que incluso dieron su nombre a un céntrico barrio de La Habana: Campeche.[1] Algunos desembarcaron en la isla como parte de un inhumano trueque de fuerza de trabajo maya por caballos criados en Cuba.
Después de la salida de Hernán Cortés de la Mayor de las Antillas, La Habana se convirtió en escala obligada para el que iba o abandonaba México, generalmente por el puerto de Veracruz. Por los protocolos notariales del Virreinato de Nueva España se sabe que muchos de los conquistadores españoles que dejaron la isla reclamaron después los hijos que habían tenidos con indocubanas. La llegada a Cuba en 1555 del capitán Diego de Mazariegos, procedente del Virreinato de Nueva España, marcó el inicio de la dependencia cubana con respecto a México. En varias ocasiones funcionarios, capitanes generales y dignatarios eclesiásticos de la isla fueron promovidos a altos cargos en la administración de la Nueva España, incluidos dos virreyes. Un ejemplo fue el sacerdote santiaguero Santiago de Echeverría y Elguezua quien llegó a ser Obispo de Puebla.
El traslado de la sede de la armada de Veracruz a La Habana en 1737 aumentó la población de la villa con el consiguiente incremento de las importaciones cubanas de Nueva España. Durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762 los carpinteros y calafates del Arsenal, junto a muchas otras personas, buscaron refugio en el vecino Virreinato. Al regreso se encontraron los astilleros destruidos, los que fueron rehabilitados con el situado mexicano a partir de 1766.
Al incremento de los nexos con México también contribuyeron los jóvenes estudiantes cubanos que desde el siglo XVII se preparaban en instituciones novohispanas como el Colegio de San Ramón Nonato —fundado por el Obispo de Michoacán, Fray Alonso Henríquez de Almendares de Toledo, quien ya había ostentado ese cargo en Santiago de Cuba—, donde según sus estatutos debería tener permanentemente en sus aulas tres becarios habaneros y cinco michoacanos. Por otra parte se calcula que en la Real y Pontificia Universidad de México se graduaron alrededor de cuatro decenas de estudiantes cubanos en el siglo XVIII. Entre aquellos becarios antillanos estuvo el historiador José Martín Félix de Arrate, en cuya obra historiográfica puede encontrarse claramente la influencia de los pensadores mexicanos ilustrados como Francisco Xavier Clavijero. Incluso uno de los integrantes de esa generación, el sacerdote criollo Francisco Xavier Alegre, permaneció en el Colegio de los jesuitas de La Habana entre 1754 y 1761.
El telúrico período de las luchas por la independencia de México, desatado en cierta forma a partir de la ocupación napoleónica de la península ibérica en 1808, tuvo gran repercusión en Cuba. Una de sus primeras consecuencias fue el arresto en La Habana del mexicano Manuel Alemán Peña, acusado de agente secreto de los franceses y ahorcado por “traidor” a España en el campo de la Fortaleza de la Punta.
Este castillo, como otras de los grandes edificios militares coloniales de La Habana y México, formaba parte del mismo plan de fortificación diseñado por el ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli y servirían de prisión después a muchos patriotas de ambos países. Uno de los primeros en estrenar las nuevas fortalezas en esa condición fue el sacerdote y patriota mexicano Servando Teresa de Mier, encarcelado junto al cubano Joaquín Infante por su participación en la expedición de Francisco Javier Mina en 1817. Ambos estuvieron presos en San Juan de Ulúa primero y luego en La Cabaña de La Habana, desde donde Mier se fugó espectacularmente a Estados Unidos.
El propio Castillo de San Juan de Ulúa en Veracruz seguiría teniendo después una importancia particular en las relaciones cubano-mexicanas, al quedar convertido en el último reducto de las tropas españolas en México. Desde sus inexpugnables muros España obstruía el comercio y era una virtual cabeza de playa para la reconquista de la tierra azteca, lo que de hecho mantuvo durante mucho tiempo un virtual estado de guerra entre los dos países.
Además, la mencionada fortaleza se convirtió en una especie de almacén de las riquezas que los emigrados españoles no habían podido extraer del Virreinato hacia La Habana después de la emancipación mexicana. Por si esto fuera poco, muchas familias hispanas o criollas ligadas al régimen colonial emigraron a la capital de Cuba, ya convertida en la principal base de operaciones de Madrid para la reconquista de México. Entre esos refugiados estaba el yucateco Antonio María Borrero, autor de un ambicioso plan para la recuperación del antiguo Virreinato.
Todo esto explica que en México prosperaran proyectos para favorecer la independencia de Cuba. En esos años muchos cubanos ligados a conspiraciones y planes separatistas se radicaron en tierra mexicana, constituyendo la primera generación de inmigrantes políticos procedentes de la Mayor de las Antillas. Entre ellos se encontraba el habanero José Francisco Lemus, que fuera líder de la abortada conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar (1823) y después general del ejército mexicano, y el destacado poeta José María Heredia, quien se desempeñara en México como juez, capitán de artillería, periodista, diputado y profesor, llegando incluso a redactar el Código Penal del Estado de México y a fungir como Director del Instituto Literario de Toluca.
Desde 1824, el primer gobierno republicano de México, encabezado por el Presidente Guadalupe Victoria, con el apoyo de los jóvenes revolucionarios cubanos emigrados, preparó planes, en alianza con la Colombia de Simón Bolívar, para desalojar a los españoles del Castillo de San Juan de Ulúa mediante la independencia de Cuba, los que no se abandonaron cuando esta fortaleza finalmente se rindió (23 de noviembre de 1825). Detrás de estos proyectos se encontraba la Gran Legión del Aguila Negra, logia secreta fundada en Veracruz el 30 de mayo de 1823 por el propio Guadalupe Victoria cuando era Comandante General de Xalapa, con la estrecha colaboración del habanero Simón de Chávez, un renegado fraile betlemita, entonces coronel del ejército de México, y un grupo de activos yorkinos. Más tarde esta logia se ramificaría en Cuba hasta que en 1829 sus miembros fueron arrestados por las autoridades coloniales.
Como parte de estos proyectos libertadores, en 1824 el general mexicano Antonio López de Santa Anna llegó a tener listos en Yucatán varios batallones del ejército y la milicia y cientos de escalas para asaltar las fortalezas habaneras de El Morro y la Cabaña. Uno de sus jefes era el habanero Francisco de Sentmanat, antiguo alumno del padre Félix Varela vinculado al grupo revolucionario constituido anteriormente en Filadelfia por los participantes en la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, que luego desarrollaría una intensa actividad política y militar en México.
Para darle mayor asidero a estos preparativos, el 4 de julio de 1825 se vertebró en México la "Junta Promotora de la Libertad Cubana" integrada mayoritariamente por antiguos conspiradores de los Soles y Rayos de Bolívar exiliados en la tierra azteca como José Aniceto y Antonio Abad Iznaga, José Teurbe Tolón, Roque de Lara, José Francisco y Pedro Lemus. A ellos se sumaron los cubanos ya establecidos en México con anterioridad como Juan Antonio Unzueta, funcionario de la Secretaría de Hacienda, y Antonio José Valdés —llegado al Virreinato de Nueva España en 1808—, editor del influyente periódico yorkino Aguila Mexicana, quien ya tenía una larga hoja de servicios en el país que incluía su cargo de secretario de la provincia de la Nueva Galicia, diputado al Congreso e impresor de cámara del Emperador Agustín de Iturbide, época en que incluso redactó un proyecto de constitución para México.
El 1 de septiembre de 1825 la mencionada Junta envió un mensaje al congreso mexicano firmado por algunos cubanos y personalidades de México para solicitar su respaldo a la emancipación antillana. En enero de 1826, el Presidente Guadalupe Victoria, conseguida la aprobación de la cámara de diputados, se propuso llevar adelante la liberación de la Mayor de las Antillas. No obstante, la proyectada expedición conjunta colombo-mexicana nunca se materializó, en lo fundamental por la abierta oposición del gobierno de Estados Unidos que consideraba a Cuba y Puerto Rico no sólo dentro de su esfera de interés comercial, sino también campo propicio para la expansión territorial norteamericana. Como premió de consolación la escuadra mexicana del comodoro David Porter se dedicó a hostilizar las costas de Cuba, regresando a Veracruz el 10 de noviembre de 1827, tras capturar varios navíos españoles.
Para confirmar los temores de México. España terminó por preparar una expedición de reconquista encabezada por Isidro Barradas. Las tropas destinadas a esta operación fueron acantonadas en el pueblo de Regla, frente a La Habana, desde donde salió el 5 de julio de 1829. En total eran 3556 hombres, entre ellos algunas unidades de milicias de negros de La Habana. El 27 de julio desembarcó Barradas con sus fuerzas en Punta de Jerez, cerca de Tampico. Pero la rápida respuesta de las tropas mexicanas, guiadas por Santa Anna y Manuel Mier y Terán —en las que servía el coronel cubano José Antonio Mejía—, unido a las enfermedades que pronto afectaron a los españoles, acabaron con la expedición.
Desde la cuarta década del siglo XIX varios cubanos, antiguos conspiradores del Aguila Negra, se destacaron en la vida política de México. Entre ellos estaba el ya mencionado Francisco de Sentmanat, ascendido a general y convertido en el hombre fuerte de Tabasco tras lograr la reincorporación de ese territorio de la costa oriental a la república centralista establecida por Santa Anna en 1836. En 1843 Sentmanat, que mostraba inclinaciones liberales, fue destituido como Gobernador y Comandante General de Tabasco por el propio Santa Anna y sustituido por otro cubano, el general Pedro de Ampudia Grimarest, natural de Regla. Al intentar Sentmanat recuperar el poder al año siguiente con una expedición procedente del exterior, pues se había visto obligado a refugiarse en La Habana y Nueva Orleans, fue apresado y fusilado por su coterráneo el 13 de junio de 1844. Su cadáver fue decapitado y su cabeza expuesta en la capital mexicana.
Pocos años después este mismo general Ampudia se distinguiría en la defensa de México durante la guerra contra Estados Unidos (1847). En ese conflicto también estuvo al lado de los mexicanos otro general cubano, Manuel Castrillón, así como el camagüeyano José Ramón Betancourt Aguilar, quien alcanzó importantes cargos públicos durante los gobiernos de Santa Anna. Paralelamente el cónsul mexicano en La Habana, Buenaventura Vivó, se encargaba de formar la red de agentes secretos en la región y trataba de reclutar soldados cubanos para luchar contra los invasores norteamericanos.
Después de la partida hacia Cuba, a fines de la década del veinte, de algunos miembros de la aristocracia mexicana ligados al régimen colonial español no hubo otra emigración significativa hasta que estalló la insurrección maya de 1847 en Yucatán. En esta oportunidad muchas familias yucatecas, atemorizadas por la magnitud de la llamada Guerra de las Castas, huyeron hacia La Habana encabezadas por el Gobernador de Yucatán Miguel Barbáchano. Incluso en ese contexto se llegó a plantear a las autoridades coloniales de la isla de Cuba la posibilidad de extender la soberanía española a la convulsionada península mexicana. Una vez aplastada la rebelión indígena, cientos de indios mayas fueron deportados para trabajar como esclavos en las plantaciones azucareras del occidente de la Isla. Este inhumano comercio fue legalizado de 1848 a 1861.
A mediados del siglo XIX España apoyó con recursos y armamentos enviados desde Cuba a las fuerzas conservadores mexicanas que se enfrentaban a los liberales encabezados por Benito Juárez, e incluso en 1861 participó con sus fuerzas militares en la intervención tripartita enviada contra Veracruz —encabezadas por Juan Prim y concentradas previamente en La Habana— y que fue la antesala del Imperio de Maximiliano. Una idea de las estrechas relaciones tejidas entonces entre España y México puede brindarla la apertura de 20 consulados mexicanos en España, cuatro de ellos en Cuba (La Habana, Cárdenas, Matanzas y Santiago de Cuba), en contraste con los gobiernos anteriores que, desde su inauguración en 1837, sólo tenían uno en la capital de la isla. Como parte de esta alianza, a petición del Presidente conservador Miguel Miramón, el Capitán General de Cuba Francisco Serrano envió dos buques de guerra para bloquear el puerto de Veracruz ocupado por los partidarios de Juárez.

A pesar del ambiente hostil, algunos liberales mexicanos buscaron refugio en Cuba durante la intervención francesa en México, aunque después de la caída del Imperio la emigración aumentó notablemente con sus adversarios, pues la isla se convirtió en el principal refugio de los derrotados conservadores mexicanos procedentes de Nueva Orleáns, Veracruz y Campeche. Esta nueva emigración mexicana a Cuba, calculada en más de dos mil personas, fue sin duda una de las más importantes del siglo XIX. Entre los emigrados llegados entonces a la Mayor de las Antillas figuraban el anciano ex Presidente Santa Anna, que desembarcó otra vez a Cuba en 1864, pues ya había estado asilado en La Habana en 1845, el connotado general Leonardo Márquez y el ex ministro de Maximiliano José María Lacunza, estos dos últimos fallecidos posteriormente en la propia capital cubana.
En estas luchas contra los conservadores y las fuerzas interventoras francesas en México se destacaron en la defensa de la República liberal alrededor de tres decenas de cubanos. La participación más sobresaliente correspondió a los hermanos Rafael y Manuel de Quesada y Loynaz; este último sería nombrado después por Carlos Manuel de Céspedes, a comienzos de la Guerra de los Diez Años, iniciada en Cuba en octubre de 1868, general en jefe del Ejército Libertador. En México, los hermanos Quesada se distinguieron desde 1858 en las fuerzas liberales de los estados de Puebla y Tlaxcala al frente de un cuerpo que fue conocido como los “Lanceros de Quesada”, creado por el propio Manuel, quien ostentó por sus méritos el grado de general. Junto a su hermano Rafael, que llegó a coronel del ejército mexicano, participó en el sitio de Puebla y otras acciones bélicas contra los ocupantes franceses. También Manuel de Quesada acompañó al Presidente Juárez a San Luis Potosí y lo escoltó después hasta Saltillo.
En contrapartida, durante la Guerra de los Diez Años, muchos mexicanos se incorporaron para luchar por la causa cubana. A pocos meses de iniciada la contienda tres mexicanos fueron deportados por sus actividades conspirativas al penal africano de Fernando Poo: el hacendado establecido en La Habana Miguel Embil, y los exoficiales del ejército mexicano coronel Luis Palacios y capitán Carlos Zimmerman. Por su parte, el joven militar mexicano Rafael Estévez fue hecho prisionero al desembarcar en la isla en la expedición de la goleta Gropeshot y fusilado en Santiago de Cuba el 21 de junio de 1869.
Otros dos mexicanos, Gabriel González Galbán y Juan Inclán Risco alcanzaron el grado de generales en las filas cubanas. Risco, natural de Puebla, se había distinguido en la defensa de su ciudad natal a las órdenes del general Ignacio Zaragoza y fue fusilado por los españoles en Camagüey el 15 de junio de 1872. Gabriel González Galbán había combatido en el sitio de Querétaro contra las fuerzas imperiales y custodiado después al depuesto Emperador Maximiliano antes de ser pasado por las armas en el Cerro de las Campanas. Tras el Pacto del Zanjón (1878), que puso fin a la Guerra de los Diez Años, el general González Galbán se reincorporó al ejército de México.
Entre las decenas de mexicanos que lucharon en Cuba durante las guerras emancipadoras también pueden mencionarse a los oficiales del ejército de México coroneles José Medinas y Felipe Herrero, el comandante Ramón Cantú y los capitanes Domingo Guzmán y Juan Ramírez Olivera, quien cayera en combate durante la Guerra de 1895. En esta misma gesta por la independencia de Cuba perdió la vida el capitán mexicano Domingo Guzmán, que había acompañado al general Antonio Maceo en su desembarco por Baracoa, Oriente, para incorporarse a la guerra de 1895. Por su parte el mexicano Ricardo Arnautó —quién usaría el seudónimo de Juan Mambí— fundó y dirigió en La Habana el periódico El Reconcentrado, cuya imprenta fue destruida en 1898 por los españoles debido a su postura contraria al colonialismo.
Las luchas de independencia empujaron desde 1868 a muchos cubanos a México, huyendo de las persecuciones políticas o de las tragedias y penalidades provocadas por la contienda. En México los patriotas antillanos encontraron una favorable situación política con la consolidación de la reforma liberal juarista, tras la derrota del efímero Imperio de Maximiliano (1867). Al iniciarse la Guerra de los Diez Años Juárez ordenó la apertura de los puertos mexicanos a los buques de bandera cubana. Más adelante, el 3 de abril de 1869, el congreso mexicano autorizó al propio mandatario a reconocer la beligerancia de los seguidores de Céspedes. Además se facilitó que voluntarios de México se trasladaran a la isla antillana para luchar por su independencia y se recolectaron en mítines populares dinero y armamento para la causa cubana.
Por esos motivos, el Presidente de la República de Cuba en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, le envió a Juárez una carta de agradecimiento fechada el 9 de junio de 1869 en la que señaló: “Por una comunicación que el Ciudadano Pedro Santacilia (...) ha llegado a conocimiento de este gobierno, que el gobierno general de esa República de que es Usted Excelentísimo muy digno Presidente, ha acordado se reciba la bandera de Cuba en los puertos de la Nación (...) Me es altamente satisfactorio que Méjico haya sido la primera Nación de América que hubiese manifestado así sus generosas simpatías a la causa de la independencia y la libertad de Cuba”.[2]
En enero de 1876, Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor del Benemérito de las Américas en la presidencia de México, prometió enviar a Cuba 200 oficiales y mil soldados, proyecto frustrado con la llegada de Porfirio Díaz al poder. No obstante, este gobernante concedió también a los cubanos cierta ayuda en armas y hombres, a pesar de la adversa situación internacional y de los compromisos contraídos con España. Parece comprobado que el Presidente Porfirio Díaz se entrevistó con José Martí el 1 de agosto de 1894 y que incluso brindó ayuda económica a la causa cubana poco antes del estallido de la última contienda. Según algunos investigadores fue Manuel Mercado, el gran amigo mexicano de José Martí, el promotor de este encuentro que tuvo lugar en agosto de 1894. También se sabe de una reunión secreta de Gonzalo de Quesada con el Presidente Díaz a mediados de 1896. Por cierto que en esa coyuntura el diputado mexicano de origen cubano Carlos Américo Lera, a la sazón secretario particular del ministro de Estado de Díaz, Ignacio Mariscal, propuso en su libro Cuba mexicana la anexión de la isla a México.[3]
Entre las personalidades cubanas radicadas en México durante estos años figuran el santiaguero Pedro Santacilia, secretario y yerno de Juárez, que había contribuido a la causa liberal desde la revolución de Ayutla, José Miguel Macías, Carlos de Varona —en 1894 llegó a ser Director general del Banco de México—, Rodolfo Menéndez de la Peña, Nicolás Domínguez Cowan, José Victoriano Betancourt, Andrés Clemente Vázquez, Alfredo Torroella y Juan Clemente Zenea. La mayoría de ellos desempeñaron distintos trabajos en México a la vez que apoyaban las luchas por la independencia de Cuba y llegaron a constituir clubes políticos y a organizar, a principios de los noventa, los núcleos mexicanos del Partido Revolucionario Cubano.
Varios de los cubanos establecidos en México eran ricos propietarios cuyos bienes habían sido embargados por las autoridades españolas como Felipe Xiqués o José Ramón Simoni, este último padre de Amalia, la viuda de Ignacio Agramonte, la figura más relevante del exilio cubano en Yucatán durante la Guerra de los Diez Años. Otros de los cubanos radicados en esta península mexicana tras el estallido de la Guerra de los Diez Años fueron José Quintín Suzarte, Joaquín Andrés Dueñas, Mario Loret de Mola e Ildefonso Estrada y Zenea. Muchos de los exiliados cubanos se ganaron la vida como maestros en colegios y academias fundados por los propios emigrados o como impresores y escribientes. Largas temporadas pasaron en México, a mediados de los setenta, los músicos cubanos José Silvestre White y Claudio Brindis de Salas, quien tuvo de empresario en la capital mexicana a Juan Gualberto Gómez (1877).
Para José Martí México tuvo una connotación muy especial. Vivió durante casi dos años (1875-1876), luego volvió para casarse (1877) y en 1894 regresó otra vez con vistas a la preparación de la guerra independentista cubana que estallaría al año siguiente, llegando a afirmar que “si yo no fuera cubano, quisiera ser mexicano”.[4] Allí además enterró a una de sus hermanas y cultivo la amistad de destacadas personalidades de la política y la intelectualidad de México como Ignacio Ramírez (el Nigromante), Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Juan Peón Contreras, Juan de Dios Peza, Manuel Ocaranza y Manuel Mercado, quien sería el destinatario de su inconclusa última carta, fechada un día antes de caer en combate por la independencia de Cuba en 1895.
Durante los casi 30 años de las luchas por la independencia de Cuba, extendidas de 1868 a 1898, se produjo la más numerosa emigración de la isla que hasta entonces recibiera México. Se ha calculado que hacia 1870 ya residían en este país unos dos o tres mil cubanos, en su mayoría jornaleros, tabaqueros y agricultores, establecidos sobre todo en Veracruz, Yucatán, Tampico y en la propia capital mexicana. Casi todos huían de las calamidades desatadas por la contienda en la isla y se sentían atraídos por las oportunidades y la relativa estabilidad existente en el vecino país en las últimas décadas del siglo XIX. Las zonas costeras colindantes con el Golfo de México, de clima similar al de Cuba, fueron las regiones preferidas por los recién llegados para establecer sus residencias y negocios. Otro atractivo fue la cercanía a la isla de esas áreas atlánticas de México, junto a las expeditas comunicaciones marítimas, que las ligaban más a Cuba que al propio México central y su capital, en particular Veracruz y Yucatán —donde ya residían algunos cubanos llegados con anterioridad. Se sabe que en fecha tan temprana como marzo de 1869 el gobierno yucateco emitió un decreto que ordenaba la adecuación del exconvento de las Monjas para alojar a los refugiados de la isla, que según algunas referencias cuatro años después ya alcanzaba en este territorio la cifra de 1700 personas.
En buena parte del litoral de Veracruz los inmigrantes establecieron fincas para el cultivo de caña de azúcar y vegas de tabaco, como las que prosperaron en San Andrés Tuxtla, Coatzacoalcos y otras zonas. Por su parte, la presencia cubana en Yucatán se intensificó particularmente desde la década del ochenta del siglo XIX —en 1889 llegaron incluso obreros negros de Cuba para trabajar en la instalación de líneas férreas—, no sólo por las razones ya apuntadas y por sus viejos vínculos comerciales con la isla —La Habana era tradicionalmente la plaza comercial de Yucatán­—, sino también con el aliciente creado por el espectacular crecimiento de la producción henequenera que devino, con sus atractivas ofertas de trabajo y negocios de toda índole, en un estímulo adicional a la emigración antillana. Ello atrajo una importante emigración de trabajadores agrícolas de la isla, conocedores de las labores en el azúcar, el tabaco y el henequén, que procedían sobre todo de las zonas del centro-oriente de la isla, las más afectadas por las devastaciones de la contienda bélica de 1868 a 1879. Así, por ejemplo, La Revista de Mérida reportó en su número del 2 de febrero de 1890 la llegada de un vapor a Progreso (Yucatán) con 150 jornaleros procedentes de Trinidad.
Eso explica que la antigua tierra maya, junto al activo puerto de Veracruz, nuclearan las más importantes colonias cubanas de orientación patriótica, compuestas principalmente de intelectuales, artistas, profesionales y agricultores, y que por esos territorios pasaran en la segunda mitad del siglo XIX destacadas personalidades de la isla como José Martí y Antonio Maceo en campañas proselitistas a favor de la independencia.

Las cartas de naturalización solicitadas al gobierno mexicano durante el periodo 1870-1899, que han sido analizadas por María del Socorro Herrera Barreda en una enjundiosa investigación para su tesis doctoral, nos permiten confirmar la ubicación geográfica preferida por los inmigrantes cubanos en México en las últimas décadas del siglo XIX. Así, de los 329 inmigrantes de la isla registrados en esas solicitudes —de ellos 327 eran hombres—, el 59,06% residía en el estado de Veracruz, la mayor parte en el propio puerto, el 29, 70% en la ciudad de México y sólo el 4,68% en Yucatán. Como puede advertirse, más de la mitad de los cubanos que solicitaba la naturalización se ubicaba en la ciudad y puerto de Veracruz.
Aunque en los censos mexicanos anteriores a 1902 no aparece ninguna persona nacida en Cuba, pues entonces eran recogidas bajo el genérico de “hispanocubanos”, el de 1900 indica que en Veracruz residía el 41% del total de los inmigrantes registrados bajo ese concepto (1112), Yucatán ocupaba el segundo lugar con el 29,34%, o sea 797 personas, y la capital mexicana quedaba en tercero con sólo el 12,7% del total, esto es 95 personas. Sin embargo, ya el de 1906 registró 2716 naturales de la isla establecidos en todo el territorio mexicano. Otra fuente, las listas de pasajeros arribados a México, indica que la mayor entrada de cubanos se alcanzó en los años de 1896 y 1897, cuando desembarcaron familias completas, algunas de ellas de procedencia acomodada que llegaban incluso con sus sirvientes, a diferencia de la inmigración tradicional que era predominantemente masculina.
Es interesante contraponer estas cifras con la de emigrantes mexicanos en Cuba registrados más o menos por la misma época. Según el censo realizado en 1899 por el gobierno interventor norteamericano, en ese año residían en la isla 1108 mexicanos —417 hombres y 691 mujeres, la mitad de ellos (846) radicados en La Habana—, cantidad que en 1907 no había variado sustancialmente, pues la cifra total era de 1187, 802 de ellos en la capital cubana. Esos mexicanos residentes en la isla a principios del siglo XX representaron la mayor comunidad de hispanoamericanos en Cuba después de los naturales de Puerto Rico.
Instaurada la República en 1902, algunos patriotas cubanos permanecieron en tierra mexicana. Entre los casos más significativos estuvo el de Rodolfo Menéndez de la Peña, Director de la Escuela Normal de profesores de Yucatán de 1900 a 1911 —declarado en 1930 por el Congreso de ese estado “Benemérito de la Educación Pública en Yucatán” —, y Eduardo Urzáiz Rodríguez, quien fue en 1922 Rector fundador de la Universidad Nacional del Sureste. Incluso en Yucatán llegó a funcionar desde los años veinte un Centro Cubano donde se reunían los emigrados de la isla. Todavía en 1953 Urzáiz Rodríguez presidiría, junto con otros cubanos patriotas sobrevivientes de la Guerra del 95, el Comité Procentenario de José Martí, aglutinando a los emigrados que continuaron llegando a esta península a lo largo del siglo XX.
Uno de estos fue el conocido escritor cubano Carlos Loveira, quien vivió en Yucatán de 1913 a 1915, donde se ligaría a los dirigentes obreros de la Liga Cubana de Empleados del Ferrocarril expulsados de Sagua la Grande en 1910 por su participación en una gran huelga y que trabajaban en los ferrocarriles yucatecos. Loveira que era maquinista y había sido el principal dirigente de ese movimiento, reflejó magistralmente en su novela Juan Criollo la vida de un cubano en Yucatán desde fines del siglo XIX, donde fungiría incluso como Jefe del Departamento de Trabajo del gobierno yucateco en plena Revolución Mexicana.
De esta manera el inestimable papel jugado por México como refugio de revolucionarios cubanos durante las guerras de independencia volvió a manifestarse ya establecida la República cubana, en particular cuando desde fines de los años veinte y hasta la conclusión de la siguiente década se refugiaron en ese país los opositores a la dictadura de Gerardo Machado primero —aunque también lo harían machadistas connotados a partir de 1933 como Pedro Pablo Echarte y los congresistas Celso y Francisco Cuéllar— y después los perseguidos por el régimen autoritario y represivo creado por Fulgencio Batista desde 1934, situación que se prolongaría hasta fines de los años treinta. Uno de esos exiliados fue precisamente el Presidente cubano del llamado “gobierno de los cien días”, Ramón Grau San Martín, quien tras ser depuesto marchó a México en el vapor Orizaba, el 20 de enero de 1934.
Quizás el más prominente de todos los refugiados políticos de esta generación fue Julio Antonio Mella, quien arribó a México en 1926 y donde organizó después la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC), constituida por los opositores a Machado. Mella con apenas 23 años ingresó en las filas del Partido Comunista Mexicano (PCM), de cuyo Comité Central fue miembro. Aquí contribuyó a la fundación de la Liga Nacional Campesina y de la Confederación Sindical Unitaria de México. Matriculó derecho en la Universidad Nacional, donde creó la Asociación de Estudiantes Proletarios y su periódico El Tren Blindado. En este como en El Machete —órgano del PCM fundado por los pintores David Alfaro Siquieros, Diego Rivera y Xavier Guerrero— Mella publicó múltiples artículos de contenido social y político. Como se sabe fue asesinado en una calle de la ciudad de México el 10 de enero de 1929.
De los numerosos exiliados cubanos en México durante los años treinta, entre los que podemos citar a Juan Marinello, Calixta Guiteras, Emilio Laurent y Aureliano Sánchez Arango, algunos como Jorge Vivó y Alberto Ruz Lhuillier se establecieron definitivamente en la antigua tierra azteca, donde harían después una notable carrera profesional. Vivó, fue profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mientras Alberto Ruz devino en un renombrado arqueólogo que descubrió en 1952, en las ruinas mayas de Palenque, la única tumba al interior de una pirámide existente en América. Muchos de ellos se beneficiaron de la hospitalidad del gobierno de Lázaro Cárdenas, acogida que luego fue reciprocada por el pueblo cubano en mítines y manifestaciones de respaldo a las medidas revolucionarias de este mandatario tras la apertura política ocurrida en la isla a fines de los treinta y que culminaría en la aprobación de la Constitución de 1940.
También en México encontraron refugio en los años cincuenta muchos de los jóvenes revolucionarios que encabezados por Fidel Castro se enfrentaban a la dictadura de Fulgencio Batista. Fue desde el puerto mexicano de Tuxpan que salió a fines de 1956 la expedición del yate Granma, que abrió la lucha armada en la Sierra Maestra y permitió el triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959.
Por su parte la Revolución Mexicana produjo la última gran oleada de inmigrantes mexicanos a Cuba, de distintos signos políticos, probablemente la más importante de toda su historia. Al parecer los primeros en llegar a la Mayor de las Antillas pertenecían al selecto círculo porfirista, pues el 27 de abril de 1912 se inauguró en La Habana el Centro Mexicano, un club aristocrático privado de emigrados de México situado en el edificio “Miramar” en la entonces selecta zona de Prado y Malecón.
El aumento de la presencia de mexicanos en Cuba puede también medirse por la aparición en La Habana, el 3 de noviembre de 1911, de la revista semanal literaria Cuba y México, Revista universal ilustrada, proclive al régimen maderista, que proclamaba su objetivo de difundir “todo lo que en la esfera artístico-literaria sea digno de notar en esta República y en su hermana la mexicana vecina”.[5] Dirigida por el cubano Luis Angel Bas, se publicó hasta el 4 de noviembre de 1912, año en que su tiraje alcanzó los 6500 ejemplares. Entre sus colaboradores figuraban Carmela Barreal de González y Carlos de la Torre García.
En realidad la llegada masiva de refugiados políticos y de personas que huían del recrudecimiento de la difícil situación creada en México con la Revolución de 1910 se produjo después de la caída del gobierno de Madero. A raíz de los dramáticos acontecimientos de la “Decena Trágica”, a petición del Embajador cubano en México Manuel Márquez Sterling, estuvo anclado en el puerto de Veracruz el crucero Cuba, enviado por el mandatario cubano José Miguel Gómez para tratar de trasladar a la isla al derrocado Presidente Francisco I. Madero y así poder salvarle la vida.
El asesinato de Madero tuvo gran repercusión en Cuba. El jueves 27 de febrero de 1913 se organizó un gran acto público en el céntrico Campo de Marte, donde hoy se encuentra el Parque de la Fraternidad, para esperar a los familiares de Madero en el que hicieron uso de la palabra el diputado mexicano Miguel Rondón y el general del Ejército Libertador cubano Enrique Loynaz del Castillo, ex Embajador en México. Luego los participantes salieron en manifestación por las calles de la capital cubana para exigir al gobierno la ruptura de relaciones con el régimen de Victoriano Huerta. Al día siguiente arribaron a La Habana en el crucero Cuba la familia del ex Presidente Madero —su viuda, padres, hermanas y su tío Ernesto y su hermano Julio—, la que fue recibida por las autoridades cubanas y los diputados mexicanos Serapio Rendón y Víctor Moya, ya exiliados en Cuba.
El gobierno de la isla no sólo retiró a su Embajador en México, sino que además abrió las puertas a los refugiados que huían de la despiadada represión desatada por el general Huerta, entre ellos destacados políticos, militares e intelectuales maderistas. Entre los que arribaron entonces estaban los periodistas Solón Argüello, y Matías Oviedo, así como el capitán Juan Merigo. El 4 de marzo de 1913 el periódico El Mundo de La Habana, en su artículo “El éxodo de los mexicanos” informaba de la llegada de otros conspícuos maderistas como Elías Ramírez, secretario particular del asesinado mandatario, Rafael J. Hernández, ex Secretario de Gobernación, Luis Meza Gutiérrez, ex Director de Instrucción Pública y del cubano Guillermo Carricarte, que había estado al servicio de Madero como agente secreto. Por estos días también estuvo exiliado en La Habana José Vasconcelos.
Un año después, en cambio, los refugiados políticos que desembarcaron en el puerto de La Habana eran ahora los partidarios del régimen de Huerta, derrocado en julio de 1914 por la insurrección popular. En su mayoría eran miembros del clero, políticos, militares e intelectuales comprometidos con la dictadura defenestrada como el poeta y diplomático yucateco Antonio Mediz Bolio y el ex Gobernador de esa península Abel Ortíz Argumedo, este último trasladado a la isla en el crucero Cuba en abril de 1915 con toda su inmensa fortuna. Se sabe que por la misma vía llegaron también a la isla unos 250 yucatecos ricos y 150 cubanos que huían del avance de las fuerzas carrancistas sobre la península mexicana.
Entre los nuevos asilados en la isla también figuraban el poeta Salvador Díaz Mirón —a quien Martí había visitado en la cárcel de Veracruz en 1894 y que sería luego maestro en La Habana, encontrándose entre sus discípulos a Julio Antonio Mella—, José María Lozano, Secretario de Estado de Huerta, el escritor Luis G. Urbina, Manuel M. Ponce, así como el general Aureliano Blanquet. Este militar incluso organizó después una expedición para luchar contra los constitucionalistas que salió de Bahía Honda, Pinar del Río, el 16 de marzo de 1919.
Algunos de los exiliados huertistas fundaron en 1917 la revista mensual conservadora América española, dirigida por el militante católico michoacano Francisco Elguero Iturbide —devenido pronto en columnista del periódico habanero Diario de la Marina— y donde también escribían los emigrados políticos Querido Mohemo, abogado chiapaneco y exministro de Huerta, Francisco M. de Olaguíbel —notable orador parlamentario—, José Elguero, Antonio de la Peña y Reyes y Federico Gamboa, quien también fue subdirector de la revista habanera La reforma social.
En esos mismos años turbulentos se hizo sentir en Cuba la actuación del más importante agente zapatista en el exterior, Jenaro Amezcua, quien publicó en 1918 en La Habana su libro México revolucionario. A los pueblos de Europa y América. 1910-1918, que incluía el Plan de Ayala y otros documentos de los revolucionarios de Morelos, y fuera también el responsable de dar a conocer en el periódico cubano El Mundo el saludo de Zapata a la Revolución Rusa fechado el 14 de febrero de 1918.[6] Entre los años 1917 y 1918 Amezcua colaboró asiduamente en la prensa cubana con artículos y entrevistas sobre las luchas zapatistas.
Todo ello explica que entre los años de 1911 y 1920, durante el periodo más convulso de la Revolución Mexicana, se produjera un intenso movimiento de pasajeros entre Cuba y México que llegó a 36 943 personas, cifra que para Cuba representaba el tercer lugar sólo detrás de España y Estados Unidos. También en esos años arribaron a la isla desde México, en condiciones de inmigrantes, 8378 personas, de ellos 3973 ciudadanos mexicanos, siendo los años de 1914 a 1917 los de mayor afluencia, pues llegaron 2354 de esa nacionalidad. Cuba cumplía así la deuda de solidaridad adquirida con México por su apoyo en el siglo anterior.
Fue ese el contexto en que en 1922 se negoció el acuerdo para que los nacionales de ambos países no tuvieran necesidad de usar pasaporte, exención que se mantuvo durante 20 años, pues fue abolida durante la Segunda Guerra Mundial. En 1925 se firmó un acuerdo de extradición entre México y Cuba y en febrero de 1928 se acordó que los jóvenes cubanos y mexicanos podrían pasar el servicio militar indistintamente en cualquiera de los dos países.
Pero los mexicanos en Cuba no pudieron dejar un legado equivalente al de los cubanos en México —específicamente en Yucatán y Veracruz—, pues su influencia quedó diluida en una población más numerosa y cosmopolita como la de La Habana, donde se concentró la mayoría. En cambio la relación más permanente y prolongada de los cubanos con las regiones de Yucatán y Veracruz, marcó la cultura y toda la vida social de esos dos territorios mexicanos y sus huellas, de una u otra manera, pueden apreciarse hasta el presente.


[1] El doctor Enrique Sosa encontró en los libros parroquiales de la iglesia del Espíritu Santo, ubicada en este barrio habanero, 18 matrimonios de yucatecos y cubanos blancos entre 1674 y 1724. Véase su trabajo “Aproximaciones al estudio de la presencia yucateca en la Habana a partir de algunos libros en archivos parroquiales. Apreciaciones”, en Enrique Sosa Rodríguez, Carlos E. Bojórquez Urzáiz y Luis Millet Camara: Habanero campechano, Mérida, Yucatán, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1991.
[2] En Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo: Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1982, t.II, p. 54.
[3] Carlos Américo Lera: Cuba mexicana. Colección de artículos, seguida de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, México, Imprenta y Encuadernación de E.P. Hoeck, 1896.
[4] En Obras Completas: La Habana, 1963-1973, tomo XII, p. 34.
[5] Citado por Luis Angel Argüelles Espinosa: “Cuba y la revolución mexicana de 1910”, en México y Cuba. Dos pueblos unidos en la historia, México, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, 1982, tomo I, p. 423.
[6] Véase este documento en Emiliano Zapata: Cartas, México, Ediciones Antorcha, 1987.

Tomado de Chacmool: cuadernos de trabajo cubano-mexicanos nº 1. Agotado.

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