Crónicas del hogar.
Por Ginón X. Bojórquez Palma.
Todos pasan sobre ella cada vez que entra algún miembro de la familia a casa, la empujan, la patean y la aporrean. A pesar de eso, ella siempre es fiel, espera a todos cada sábado, bajo el sol o con la lluvia recia. Está un poco más morena, toda cubierta de polvo, con unas cuantas marcas por los golpes, pero se mantiene en el mismo lugar de siempre.
Durante la semana no va a ningún otro lado, está ahí como guardia inevitable de la casa y se queda esperando ansiosamente a que llegue el sábado al medio día para recibir a todos, con la esperanza de que algún miembro de la familia la trate con respeto. Al fin llega el esperado día, pero desde temprano fue golpeado por una mujer, por una hija de la abuela. Desde las 11 de la mañana comienza todo, ella está tranquila frente a la calle, justo cuando llega la primera nieta, que igual es hija y hermana, la empuja, entra a la casa, pega un grito avisando que ha llegado. Mientras sale de la cocina la abuela, quien es la anfitriona de la casa, y saluda a la nieta. Ella desde afuera con más polvo y más asoleada que el sábado anterior, solamente observa lo que está pasando.
La segunda nieta que es hija y prima también, se estaciona frente a ella, y sin ningún gesto de amabilidad la golpea y entra a la casa. Una vez adentro la aporrea, y ya luce débil, tan delgada que la nieta puede ver a través de ella todo lo que ocurre en la calle, y desde dentro se advierte una silueta, pues alguien más ha llegado. Es un hombre con algo en la mano, ella temerosa al ver que éste trae algo, y que probablemente ese algo aterrizará sobre ella, se queda muda. Otro hijo de la abuela, quien es padre y hermano, uno que acostumbra llevar cervezas para resistir el calor, ha llegado a la casa, trae una canastilla en la mano, y pasa lo que ella temía, ya que el hijo le da un golpe seco. Ella apenas se mueve y lo deja entrar, él también grita que ha llegado, y pregunta: ¿dónde están todos?
Ella comienza a escuchar más voces de las que habitualmente escucha entre semana y se prepara para seguir sufriendo. El miembro más joven de la familia ha llegado, ella se agita lentamente y lo deja pasar, como si se hubieran puesto de acuerdo ella y el viento para recibir al pequeño, este bebe que es hijo de un nieto muy joven, una criatura de 4 meses. Los observa desde fuera esperando lo peor, pero ellos no la golpearon ni nada. Después de que el nene llega con sus padres, la familia está completa, aunque ninguno de ellos la ha tratado con cortesía, pues la mayoría de ellos la golpeó al entrar. Sin embargo, ella siempre permanece fuera de la casa, cuidando de todo a toda la familia, quienes sólo la voltean a ver para darle un empujón, una patada o unos golpes. Llega el final del día, es de tarde y como de costumbre todos se van de la casa, se despiden de la abuela, y al salir, claro, de nuevo la vuelven a azotar, y la abuela con paciencia toma un trapo húmedo y lo comienza a frotar, como si esto le curará las heridas que ha sufrido toda la vida. Por fin alguien se preocupa por ella, la abuela la acaricia hasta quitarle todo el polvo, la soba y la cierra lentamente. La puerta se queda ahí cuidando a mi dulce abuela, como buena vigilante de día y noche.
Por Ginón X. Bojórquez Palma.
Todos pasan sobre ella cada vez que entra algún miembro de la familia a casa, la empujan, la patean y la aporrean. A pesar de eso, ella siempre es fiel, espera a todos cada sábado, bajo el sol o con la lluvia recia. Está un poco más morena, toda cubierta de polvo, con unas cuantas marcas por los golpes, pero se mantiene en el mismo lugar de siempre.
Durante la semana no va a ningún otro lado, está ahí como guardia inevitable de la casa y se queda esperando ansiosamente a que llegue el sábado al medio día para recibir a todos, con la esperanza de que algún miembro de la familia la trate con respeto. Al fin llega el esperado día, pero desde temprano fue golpeado por una mujer, por una hija de la abuela. Desde las 11 de la mañana comienza todo, ella está tranquila frente a la calle, justo cuando llega la primera nieta, que igual es hija y hermana, la empuja, entra a la casa, pega un grito avisando que ha llegado. Mientras sale de la cocina la abuela, quien es la anfitriona de la casa, y saluda a la nieta. Ella desde afuera con más polvo y más asoleada que el sábado anterior, solamente observa lo que está pasando.
La segunda nieta que es hija y prima también, se estaciona frente a ella, y sin ningún gesto de amabilidad la golpea y entra a la casa. Una vez adentro la aporrea, y ya luce débil, tan delgada que la nieta puede ver a través de ella todo lo que ocurre en la calle, y desde dentro se advierte una silueta, pues alguien más ha llegado. Es un hombre con algo en la mano, ella temerosa al ver que éste trae algo, y que probablemente ese algo aterrizará sobre ella, se queda muda. Otro hijo de la abuela, quien es padre y hermano, uno que acostumbra llevar cervezas para resistir el calor, ha llegado a la casa, trae una canastilla en la mano, y pasa lo que ella temía, ya que el hijo le da un golpe seco. Ella apenas se mueve y lo deja entrar, él también grita que ha llegado, y pregunta: ¿dónde están todos?
Ella comienza a escuchar más voces de las que habitualmente escucha entre semana y se prepara para seguir sufriendo. El miembro más joven de la familia ha llegado, ella se agita lentamente y lo deja pasar, como si se hubieran puesto de acuerdo ella y el viento para recibir al pequeño, este bebe que es hijo de un nieto muy joven, una criatura de 4 meses. Los observa desde fuera esperando lo peor, pero ellos no la golpearon ni nada. Después de que el nene llega con sus padres, la familia está completa, aunque ninguno de ellos la ha tratado con cortesía, pues la mayoría de ellos la golpeó al entrar. Sin embargo, ella siempre permanece fuera de la casa, cuidando de todo a toda la familia, quienes sólo la voltean a ver para darle un empujón, una patada o unos golpes. Llega el final del día, es de tarde y como de costumbre todos se van de la casa, se despiden de la abuela, y al salir, claro, de nuevo la vuelven a azotar, y la abuela con paciencia toma un trapo húmedo y lo comienza a frotar, como si esto le curará las heridas que ha sufrido toda la vida. Por fin alguien se preocupa por ella, la abuela la acaricia hasta quitarle todo el polvo, la soba y la cierra lentamente. La puerta se queda ahí cuidando a mi dulce abuela, como buena vigilante de día y noche.
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